En Francia se acaba de registrar la primera denuncia de una asociación de consumidores contra los fabricantes de impresoras. La asociación acusaba hace poco a marcas como Epson, HP, Canon o Brother de prácticas destinadas a reducir deliberadamente la vida útil de las impresoras.
El truco no es nuevo, pero se consolidó en 1924, cuando General Electric, Osram y Phillips decidieron limitar la vida útil de las bombillas a mil horas. Así se firmaba el acta de defunción de la durabilidad.
Hasta entonces, las bombillas duraban más, como la que luce ininterrumpidamente desde 1901 en un parque de bomberos en California. Fue concebida para perdurar. Y ahí sigue, brillando, convertida en el símbolo de la obsolescencia programada.
No obstante, hay sectores que niegan su existencia, Y el fraude por parte del fabricante no es algo fácil de demostrar. “Hoy en día las inversiones en investigación y desarrollo no son para ampliar la durabilidad de los aparatos, por el contrario, es para reducirla”.
Para Benito Muros: «Actualizamos constantemente nuestros teléfonos inteligentes, sin embargo ellos quedan cada vez más lentos».
Otro aparato a la basura, y otro residuo electrónico que , tarde o temprano irá a parar a los tóxicos basureros de lugares remotos.
En el paradigma de la economía lineal (produzco, uso, tiro) se piensa en el beneficio económico primero. En cambio, la economía circular (produzco, uso, reutilizo y, si puedo, reparo) nos dice que antes de pensar en los beneficios económicos de fabricar un producto, se debe pensar en el residuo que va a generar.
En un contexto de continuo avance tecnológico, ¿tan difícil resulta mejorar la durabilidad de los productos? ¿Tiene sentido que sigamos viviendo igual a pesar de conocer la toxicidad de los residuos que genera nuestro modo de consumo?